Llegó el verano de 1980 y me despedí de Alejo de la forma tradicional; no me despedí. Por aquel entonces, la amistad se ceñia a los meses escolares, y el resto del año eran las vacaciones, en las que desaparecía el mundo real para dar paso al camping.
Mis padres tenían una pequeña caravana que con el tiempo y el estirón de mis hermanos ( 4 chicos), irían cambiando por otras más grandes y modernas.
Puedo certificar, que los mejores veranos de mi vida los pase viajando en aquella pequeña casa con ruedas. Pero los mejores de los mejores, fueron los 8 veranos seguidos que nos instalamos en el camping de Yesa.
Padre nos llevaba a todos en su Simca 1200. Partíamos después de que enganchara una serie de raros artilugios, que conseguían que la parte trasera de la casita con ruedas tuviera tantas luces como el coche. Después colocaba una serie de espejos en el coche con los que yo nunca entendí como podíamos salir por el túnel del garaje. La emoción era tan intensa, que el largo viaje resultaba corto.
Ese verano, el de 1980, fue el mejor de todos. Fue el verano de mi primer gran amor.
Por aquel entonces tenia 11 años, y era un niño guapo, aunque yo no lo sabía, y tan tímido que ni siquiera me percataba de la existencia de las niñas.
Aquel camping era como un pequeño pueblo con amigos y con piscina. En aquellos años, todos mis amigos viajaban al pueblo de su padre o de su madre por vacaciones, de donde volvían más rollizos y con algún moretón que otro. Nosotros no teníamos pueblo, porque mis padres eran de San Sebastián y mi madre había pasado su niñez en Argentina, así que nos inventamos uno llamado «Mar del pirineo».
Transcurría aquel verano, entre la piscina, el pantano y las guerras con piedras, cuando anunciaron que vendría una orquesta al camping. Invertimos un buen rato para convencer a los padres sobre la necesaria asistencia de los niños a tamaño acontecimiento social, y finalmente lo logramos. Ellos asistieron con nosotros, animados por la novedad de aquel anunciado evento festivo.
Apenas recuerdo alguna canción . «La ramona pechugona» fué un gran éxito en esa época, en la que salíamos ya del franquismo y abundaba todo lo que hablara de sexo y que eran complicadas hasta 1975 con la muerte del dictador. Lo que si recuerdo fué el momento en el que se hizo el silencio y
empezaron a tocar música lenta. Aguaron la fiesta de los niños, de todos, menos la mia.
Ella se acerco por sorpresa, y yo no tenía ni la menor idea de lo que quería. Llevaba el pelo en dos trenzas, y era muy bonita. Me cogió del brazo y yo, sin apenas resistencia, cedí a su propósito.
Bailamos sin hablar todas las lentas, hasta que finalmente me dijo su nombre y se marcho a su caravana andando volviendo la cabeza de vez en cuando para sonreír. Estaba tan absorto por lo que había pasado, que no me fijé por donde había abandonado el baile.
A partir de esa noche, mi único objetivo fue buscarla y pasar el resto del verano con ella. El resto de mi vida.
Se llamaba Alicia.
SE IBA A LLAMAR SARA
28 lunes Feb 2011
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