Se marcha un hombre bueno. Un buen hombre que vivió para trabajar.
No voy a decir su nombre porque, sin lugar a dudas, tocare sensibilidades.
Al volante de su gran vehículo pesado era feliz, y se sentía orgulloso.
Para el, conducir esa máquina era mas que pilotar un F18.
Condujo su gran mole con ruedas, hasta que un día, al no pasar unos test médicos que le validaban para seguir, tuvo que malvender.
A partir de entonces, empezó a morir, y hoy yace postrado en una cama de hospital, sin un pronostico muy claro, esperando su final.
Con los ojos hundidos, ni siquiera te mira y ya no habla de su querido camión.
Yo me despedire de su camión, ese apéndice necesario para vivir que necesitaba este buen hombre, que ahora nos deja despacio.
Bendito seas, amigo, y ojalá en tu cielo, por que vas al cielo de los
cristianos, seguro, no vuelvas a soltar el volante.
Yo voy a seguir por aquí un tiempo, y cuando mis ojos se cierren
definitivamente, quiero despertar con una batuta y un gran grupo de músicos delante dispuestos a seducir a todo el que los escuche. Si, porque el cielo no es otra cosa que el resultado de tus sueños cumplidos, y esta aquí, en la tierra, justo al lado del infierno. Hacerme caso, amigos, porque esto me lo contó mi abuela, que es muy sabia.
Cierra los ojos, piensa en lo que te haría feliz plenamente, y ese
es tu cielo.
Hasta pronto, amigo.